sábado, 9 de agosto de 2014

Santa Clara - Carta del Mtro Gral 2014

"Clara en un vórtice de luz"
(Panel de bronce de Angélica Ballan)
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SOLLEMNITAS
SANCTAE CLARAE ASSISIENSIS
 2014
 Litterae Ministri Generalis Ordinis Fratrum Minorum
  
«En salida»
con la oración, con el corazón abierto al mundo, a los horizontes de Dios.
[Papa Francisco]

Queridas Hermanas,
¡El Señor os dé la paz!

«La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús» (EG 1).

Las palabras con las que se abre la exhortación apostólica Evangelii Gaudium, del Papa Francisco nos introducen inmediatamente en la realidad de una alegría que llena la vida. Es la alegría misma de Cristo, y es una alegría difusiva, que desea comunicarse.

La Iglesia nació en salida: “¡Id!” (cf. Papa Francisco, Homilía en la S. Misa en el Cenáculo, 26.05.2014). Las puertas del Cenáculo no pueden permanecer cerradas: Jesús las atraviesa para que la alegría del encuentro con El Viviente, afiance y consolide a los discípulos en la unidad y haga correr sus pies en el anuncio hasta los confines de la tierra. «La alegría del Evangelio que llena la vida de la comunidad de los discípulos es una alegría misionera. […] La intimidad de la Iglesia con Jesús es una intimidad itinerante, y la comunión «esencialmente se configura como comunión misionera» (EG 21.23): Dios quiere provocar en los creyentes un “dinamismo de salida” (cf. EG 20-23).
La palabra clara del Papa Francisco invita a la Iglesia a avanzar en el camino de la evangelización. Es una palabra que desafía a cada discípulo, y también a nosotros, hermanos y hermanas.
Escuchando juntos esta invitación, me uno a vosotras en la presente carta, con ocasión de la fiesta de la madre santa Clara, tratando de captar la especificidad de esta exhortación dirigida a vosotras, que habéis abrazado la forma de vida de las Hermanas Pobres.
¿Cómo puede ser leído el mandato misionero dentro de la vida de Clara? ¿Qué cosa tiene que deciros a vosotras y a vuestra comunidad, hoy?
En el permanecer junto a sus hermanas dentro de los muros de San Damián, Clara supo hacerse evangelizadora viviendo con simplicidad y plenitud el Evangelio, y anunciando con la vida la buena noticia. Poniendo todos los días su mirada en el “espejo” que es el Hijo de Dios, fue capaz de dejarse habitar de sus sentimientos, hasta transformarse toda entera en imagen de su divinidad (cf. 3Cta 12-13). La vida que abraza se convierte en testimonio: permaneciendo en la contemplación del Hijo siempre vuelto hacia el seno del Padre, Clara sigue su movimiento “en salida” por amor, su descender haciéndose semejante a los hombre (cf. Flp 2,6-1), uniéndose a ellos en lo concreto de la vida. La encarnación de Jesús es encuentro con la fragilidad, es asunción de la pobreza, es entrega en la humildad, es ingreso en la periferia. Dios entra en la historia habitando los espacios de la marginalidad, allí donde el polvo de las calles de Galilea ensucia los pies, donde las manos están marcadas por heridas y callos, donde la vida se juega en las relaciones cotidianas, en las situaciones de trabajo, en las circunstancias ordinarias.
La vida de Clara no quiere ser otra cosa que seguimiento del Hijo de Dios que se hizo para nosotros camino (TestCl 5), poniendo las propias pisadas sobre las huellas que Él ha dejado (cf. 3Cta 4). Su respuesta a la llamada del Padre, conocida y encontrada a través del padre san Francisco, tiene el significado concreto de habitar con sus hermanas en el monasterio de San Damián permaneciendo abiertas a la vida de Asís, sintiéndose parte de su historia y de su gente, “permeable” a la realidad concreta de la vida de los hermanos. Clara va a vivir en un lugar pobre, marginal, cercano, y esta elección crea para su comunidad la posibilidad de una proximidad con los marginados y pobres. Esta proximidad le permite sentir el aliento de la ciudad, de conocer las heridas, los miedos, las expectativas y las necesidades de la gente. Responde con una acogedora escucha, como vientre que acoge y que se hace caja de resonancia del grito de los pobres al Padre de las misericordias (TestCl 2). Clara vive así su misión: a partir del ir al encuentro de la hermana más cercana, permaneciendo abierta a los hermanos y la gente, estimulándose hasta desear alcanzar Marruecos para obtener el martirio. Clara, dentro de los límites de San Damián, teniendo la mirada fija en Jesús, dejándose habitar por sus sentimientos, puede “dejar entrar” a los hermanos y puede “vivir en salida” hacia ellos, no encerrada en su propia subsistencia y autonomía, sino peregrina y forastera (cf. RCl VIII, 2) en camino hacia el santuario del Otro y la tierra prometida del encuentro con el Otro. Por tanto, es posible estar “en salida”, ser misioneras, alcanzar las periferias, incluso permaneciendo en el monasterio.
Pero ¿cómo se puede traducir en lo concreto de la vida cotidiana?
Una primera modalidad ha sido recordada por el mismo Papa Francisco: «¿Pero y las comunidades de clausura? Sí, también ellas, porque están siempre «en salida» con la oración, con el corazón abierto al mundo, a los horizontes de Dios» (Regina caeli, 1.6.2014). Si rezar es permanecer en la oración de Jesús, a partir de ahí sólo se puede salir en el éxodo del amor que nos impulsa a abrazar el mundo y a todos los rostros. El Hijo es aquél que habita en el Padre, y juntos se ponen al lado de cada hombre, hasta el último.
Hay otras dimensiones de la misión que cada una de vosotras y vuestras comunidades podéis vivir.
Vuestra vida, que se caracteriza por la estabilidad, os hace habitar en un lugar preciso, estableciendo vínculos con un territorio. La estabilidad no es parálisis y clausura, sino enraizamiento y relaciones vitales. Tiene en sí misma, por lo tanto, un valor dinámico. El monasterio puede alimentar una relación “osmótica” con el territorio en el que se encuentra inserto, dejando penetrar la respiración afanosa y cansada de tantos hermanos y hermanas y restituyendo el poderoso y ligero soplo del Espíritu de vida. Dentro de la realidad tantas veces cerrada a la esperanza, la comunidad puede ser testimonio de los horizontes más amplios de la presencia de Dios: con sencillez, mostrando sin demasiados filtros o barreras una auténtica humanidad, una fraternidad posible cuando cada una busca el bien de la otra, y juntas el bien común. Ninguna estructura puede y debe retener el don de la misericordia recibida: «El mismo Señor nos puso a nosotras como modelo para ejemplo y espejo…» (TestCl 19).
Estáis llamadas, en cuanto Hermanas Pobres, a vivir un movimiento de “descentración”, para volver a buscar el centro vital y verdadero, el principio de unidad que las hace coincidir. «Para entender de verdad la realidad, nos debemos “descolocar”, ver la realidad desde más puntos de vista diferentes» (Diálogo del Papa Francisco sobre la vida religiosa, USG. 29.11.2013). Hay un posible y necesario movimiento de descentración qué hacer, de vosotras mismas y de vuestra propia comunidad. El mundo no nace y no termina dentro de los confines de los muros del monasterio. Es fundamental no absolutizar la propia realidad, sino tener la mirada sabia de quien sabe captar la complejidad. Por ello, el mejor punto de observación se puede encontrar en la periferia. Ponerse allí, al lado de los más débiles, de tantos rostros anónimos, ayuda a entender mejor dónde late el corazón del mundo y qué anhela. Allí, en las existencias más marcadas por los fracasos y derrotas, podéis dejar caer la buena semilla de una Palabra de vida.
Es una vez más el Maestro quien nos indica el estilo, tal como lo vemos hacer con la Samaritana. Jesús se sienta junto al pozo, participa del cansancio y de la sed de la humanidad, y allí se deja encontrar por la mujer, atendiéndola en el lugar de su cotidiana fatiga para sacar agua. En el diálogo con ella, poniéndose en escucha de su sed, Jesús la conduce en un camino de verdad y de libertad hasta hacerla reconocer la sed más profunda, acompañándola con misericordia: de esa manera, la mujer puede continuar su camino, convirtiéndose ella misma en “misionera”.
Os pido que, al igual que Jesús, seáis “accesibles”, prontas para recibir a los que se acerquen a vosotras. Sed espejo de su misericordia, para que el encuentro con la Verdad pueda liberar. «La comunidad evangelizadora vive un deseo inagotable de brindar misericordia », se introduce «en la vida cotidiana de los demás, achica distancias», «se dispone a acompañar» con paciencia (EG 24), contemplando el sentido religioso de quien en la vida de cada día lucha por sobrevivir, para «lograr un diálogo como el que el Señor desarrolló con la samaritana» (EG 72), “de persona a persona”, aprendiendo “el arte del acompañamiento” (cf. EG 127-129).
Hay otra manera de vivir el mandato misionero que, creo, puede relacionarse con vuestra misión específica en la Iglesia, me refiero a que sois siempre lugar acogedor para nosotros los hermanos y para muchos misioneros que están expuestos en las primeras líneas de la missio ad gentes. Ser para ellos un regazo en sus retornos, ser para ellos como una posada en donde puedan encontrar el aceite para curar cualquier herida recibida y el vino para refrescarse y renovar las energías en el contacto con Aquel que es el vino de la alegría: es un bello servicio que vosotras podéis ofrecer. Es posible sentirse llamado a anunciar el Evangelio con diferentes actividades o gestos, sin embargo, todos estamos llamados a vivir la caridad con la misma pasión y premura.
Es posible ejercitar hoy el mandato misionero a través de los medios de comunicación, utilizándolos con sabiduría y creatividad, «intentando expresar las verdades de siempre en un lenguaje que permita advertir su permanente novedad» (EG 41). Esto requiere una formación para un uso inteligente de los medios de comunicación y el conocimiento de los lenguajes y las nuevas formas de expresión, para comunicar la fe, especialmente a los jóvenes.
Por último, el Papa recuerda que «la Iglesia «en salida » es una Iglesia con las puertas abiertas» (EG 46).
Que el monasterio no sea un lugar cerrado y exclusivo, sino una casa abierta que ofrezca a quien está en búsqueda o que se ha ido por mal camino, a quien desea detenerse o a quien está de paso, el descanso de una oración compartida y de una liturgia bien cuidada, el agua viva de la Palabra, la calidez de un abrazo que comprende, el rostro simple y verdadero de una vida hermosa y de una fraternidad auténtica. La clausura esté al servicio de una relación profunda, libre, intensa con el Señor; la sólida pertenencia a él, contemplado y amado, os lleve a amar con el corazón libre a cada hermano por quien Él ha dado su vida. No os cerréis en vuestras estructuras: permaneciendo en la contemplación, estáis llamadas a ser una señal para los hombres y mujeres de nuestro tiempo, participando en sus vidas, manifestando con alegría y esperanza, a través de vuestra humanidad, la presencia del Resucitado. Queridas hermanas, he tratado de recoger junto con vosotras algunas provocaciones a partir de la invitación del Papa Francisco.
El Espíritu Santo con su santa operación (cf. RCl X, 9; Rb X, 8) mantenga siempre vuestro corazón, como el de la Madre santa Clara, abierto a recibir y listo para partir. Él os conceda el don de tener una gran humanidad, de «ser personas que saben comprender los problemas humanos, saben perdonar, saben pedir al Señor por las personas» (Papa Francisco, encuentro en el Protomonasterio, 4.10.2013). La oración de intercesión os motive a buscar el bien de los demás y se transforme en una acción de gracias a Dios por ellos (cf. EG 281-283).
A vuestras oraciones confío el camino de preparación del ya próximo Capítulo general.
¡Que el Señor nos conceda vivir en plenitud nuestra vocación de hermanos y hermanas, en la alegría de una vida que se hace anuncio! ¡Felicidades!

Roma, 15 de julio de 2014
Fiesta de san Buenaventura
Doctor de la Iglesia

Fr. Michael Anthony Perry, ofm
Ministro general

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