La OFS -Orden Franciscana Seglar- festeja los 800 años del nacimiento de su patrona, Santa Isabel de Hungría. Con ellos festejamos todos los franciscanos. En nuestras Parroquias y en otras en las que no estamos los frailes, se reúnen laicos con la espiritualidad franciscana que viven según la Regla de la "Tercera Orden". Recordemos que de Francisco y Clara el Espíritu fecundó tres familias, la "Primera Orden" es decir la de los compañeros de Francisco que a partir del siglo XVI se conformó en tres "obediencias": Hermanos Menores [a secas], Hnos. M. Capuchinos y Hnos. M. Conventuales, los frailes; la "Segunda Orden" es decir las compañeras de Clara, las Clarisas, hermanas de vida contemplativa; y la "Tercera Orden", los laicos [antigua Orden de los Penitentes], la Orden Franciscana Seglar, OFS. Actualmente encontramos también en la gran familia franciscana a la TOR, Tercera Orden Regular.La vida, la oración y las palabras de Beata Teresa de Calcuta nos impactan, la conocemos, es cercana, contemporánea. Hace ocho siglos esta mujer que recordamos, Isabel de Hungría, también se dejó amar por el amor de Dios, manifestado en Jesús. Les acerco el testimonio de su director espiritual. Es posible que conozcamos gente linda cerca nuestro, con virtudes que nos alegran e interpelan, que nos invitan a ser misericordiosos y a amar. En el sistema tan enorme de la convivencia humana son ellos semillas del Reino que se hacen "alimento" para los que sirven y atienden directamente y también para nosotros a quienes nos muestran tan claramente el sentido de la vida.
De una Carta escrita por Conrado de Marburgo, director espiritual de santa Isabel.
[ISABEL RECONOCIÓ Y AMÓ A CRISTO EN LA PERSONA DE LOS POBRES]
Pronto Isabel comenzó a destacar por sus virtudes, y, así como durante toda su vida había sido consuelo de los pobres, comenzó a ser plenamente remedio de los hambrientos. Mandó construir un hospital cerca de uno de los castillos y acogió en él gran cantidad de enfermos e inválidos; a todos los que allí acudían en demanda de limosna les otorgaba ampliamente el beneficio de su caridad, y no sólo allí, sino también en todos los lugares sujetos a la jurisdicción de su marido, llegando a agotar de tal manera todas las rentas provenientes de los cuatro principados de éste, que se vió obligada finalmente a vender en favor de los pobres todas las joyas y vestidos lujosos. Tenía la costumbre de visitar personalmente a todos los enfermos, dos veces al día, por la mañana y por la tarde, curando también personalmente a los más repugnantes, a los cuales daba de comer, les hacía la cama, los cargaba sobre sí y ejercía con ellos muchos otros deberes de humanidad; y su esposo, de grata memoria, no veía con malos ojos todas estas cosas. Finalmente, al morir su esposo, ella, aspirando a la máxima perfección, me pidió con lágrimas abundantes que le permitiese ir a mendigar de puerta en puerta. En el mismo día de Viernes santo, mientras estaban denudados los altares, puestas las manos sobre el altar de una capilla de su ciudad, en la que había establecido frailes menores, estando presentes algunas personas, renunció a su propia voluntad, a todas las pompas del mundo y a todas las cosas que el Salvador, en el Evangelio, aconsejó abandonar. Después de esto, viendo que podía ser absorbida por la agitación del mundo y por la gloria mundana de aquel territorio en el que, en vida de su marido, había vivido rodeada de boato, me siguió hasta Marburgo, aun en contra de mi voluntad; allí, en la ciudad, hizo edificar un hospital, en el que dio acogida a enfermos e inválidos, sentando a su mesa a los más míseros y despreciados. Afirmo ante Dios que raramente he visto una mujer que a una actividad tan intensa juntara una vida tan contemplativa, ya que algunos religiosos y religiosas vieron más de una vez cómo, al volver de la intimidad de la oración, su rostro resplandecía de un modo admirable y de sus ojos salían como rayos de sol. Antes de su muerte la oí en confesión, y, al preguntarle cómo había de disponer de sus bienes y de su ajuar, respondió que hacía ya mucho tiempo que pertenecía a los pobres todo lo que figuraba como suyo, y me pidió que se lo repartiera todo, a excepción de la pobre túnica que vestía y con la que quería ser sepultada. Recibió luego el cuerpo del Señor y después estuvo hablando, hasta la tarde, de las cosas buenas que había oído en la predicación; finalmente, habiendo encomendado a Dios con gran devoción a todos los que la asistían, expiró como quién se duerme plácidamente.