"Clara en un vórtice de luz"
(Panel de bronce de Angélica Ballan)
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SOLLEMNITAS
SANCTAE CLARAE
ASSISIENSIS
2014
Litterae Ministri Generalis Ordinis Fratrum Minorum
«En salida»
con la oración, con el corazón abierto al mundo, a los horizontes de
Dios.
[Papa
Francisco]
Queridas Hermanas,
¡El Señor os dé la paz!
«La alegría del Evangelio
llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús» (EG 1).
Las palabras con las que
se abre la exhortación apostólica Evangelii Gaudium, del Papa Francisco
nos introducen inmediatamente en la realidad de una alegría que llena la vida.
Es la alegría misma de Cristo, y es una alegría difusiva, que desea
comunicarse.
La Iglesia nació en salida: “¡Id!” (cf. Papa Francisco, Homilía
en la S. Misa
en el Cenáculo, 26.05.2014). Las puertas del Cenáculo no pueden permanecer cerradas:
Jesús las atraviesa para que la alegría del encuentro con El Viviente,
afiance y consolide a los discípulos en la unidad y haga correr sus pies en el
anuncio hasta los confines de la tierra. «La alegría del Evangelio que llena la
vida de la comunidad de los discípulos es una alegría misionera. […] La
intimidad de la Iglesia
con Jesús es una intimidad itinerante, y la comunión «esencialmente se
configura como comunión misionera» (EG 21.23): Dios quiere provocar en
los creyentes un “dinamismo de salida” (cf. EG 20-23).
La palabra clara del Papa
Francisco invita a la Iglesia
a avanzar en el camino de la evangelización. Es una palabra que desafía a cada
discípulo, y también a nosotros, hermanos y hermanas.
Escuchando juntos esta
invitación, me uno a vosotras en la presente carta, con ocasión de la fiesta de
la madre santa Clara, tratando de captar la especificidad de esta exhortación
dirigida a vosotras, que habéis abrazado la forma de vida de las Hermanas
Pobres.
¿Cómo puede ser leído el
mandato misionero dentro de la vida de Clara? ¿Qué cosa tiene que deciros a
vosotras y a vuestra comunidad, hoy?
En el permanecer junto
a sus hermanas dentro de los muros de San Damián, Clara supo hacerse
evangelizadora viviendo con simplicidad y plenitud el Evangelio, y anunciando
con la vida la buena noticia. Poniendo todos los días su mirada en el “espejo”
que es el Hijo de Dios, fue capaz de dejarse habitar de sus sentimientos, hasta
transformarse toda entera en imagen de su divinidad (cf. 3Cta 12-13). La
vida que abraza se convierte en testimonio: permaneciendo en la contemplación
del Hijo siempre vuelto hacia el seno del Padre, Clara sigue su movimiento “en
salida” por amor, su descender haciéndose semejante a los hombre (cf. Flp 2,6-1),
uniéndose a ellos en lo concreto de la vida. La encarnación de Jesús es
encuentro con la fragilidad, es asunción de la pobreza, es entrega en la
humildad, es ingreso en la periferia. Dios entra en la historia habitando los
espacios de la marginalidad, allí donde el polvo de las calles de Galilea
ensucia los pies, donde las manos están marcadas por heridas y callos, donde la
vida se juega en las relaciones cotidianas, en las situaciones de trabajo, en
las circunstancias ordinarias.
La vida de Clara no quiere
ser otra cosa que seguimiento del Hijo de Dios que se hizo para nosotros
camino (TestCl 5), poniendo las propias pisadas sobre las huellas
que Él ha dejado (cf. 3Cta 4). Su respuesta a la llamada del Padre,
conocida y encontrada a través del padre san Francisco, tiene el significado concreto
de habitar con sus hermanas en el monasterio de San Damián permaneciendo
abiertas a la vida de Asís, sintiéndose parte de su historia y de su gente,
“permeable” a la realidad concreta de la vida de los hermanos. Clara va a vivir
en un lugar pobre, marginal, cercano, y esta elección crea para su comunidad la
posibilidad de una proximidad con los marginados y pobres. Esta proximidad le
permite sentir el aliento de la ciudad, de conocer las heridas, los miedos, las
expectativas y las necesidades de la gente. Responde con una acogedora escucha,
como vientre que acoge y que se hace caja de resonancia del grito de los pobres
al Padre de las misericordias (TestCl 2). Clara vive así su
misión: a partir del ir al encuentro de la hermana más cercana, permaneciendo
abierta a los hermanos y la gente, estimulándose hasta desear alcanzar
Marruecos para obtener el martirio. Clara, dentro de los límites de San Damián,
teniendo la mirada fija en Jesús, dejándose habitar por sus sentimientos, puede
“dejar entrar” a los hermanos y puede “vivir en salida” hacia ellos, no
encerrada en su propia subsistencia y autonomía, sino peregrina y forastera (cf.
RCl VIII, 2) en camino hacia el santuario del Otro y la tierra prometida
del encuentro con el Otro. Por tanto, es posible estar “en salida”, ser
misioneras, alcanzar las periferias, incluso permaneciendo en el monasterio.
Pero ¿cómo se puede
traducir en lo concreto de la vida cotidiana?
Una primera modalidad ha
sido recordada por el mismo Papa Francisco: «¿Pero y las comunidades de
clausura? Sí, también ellas, porque están siempre «en salida» con la oración,
con el corazón abierto al mundo, a los horizontes de Dios» (Regina caeli,
1.6.2014). Si rezar es permanecer en la oración de Jesús, a partir de ahí sólo
se puede salir en el éxodo del amor que nos impulsa a abrazar el mundo y a
todos los rostros. El Hijo es aquél que habita en el Padre, y juntos se ponen
al lado de cada hombre, hasta el último.
Hay otras dimensiones de
la misión que cada una de vosotras y vuestras comunidades podéis vivir.
Vuestra vida, que se
caracteriza por la estabilidad, os hace habitar en un lugar preciso,
estableciendo vínculos con un territorio. La estabilidad no es parálisis y
clausura, sino enraizamiento y relaciones vitales. Tiene en sí misma, por lo
tanto, un valor dinámico. El monasterio puede alimentar una relación “osmótica”
con el territorio en el que se encuentra inserto, dejando penetrar la
respiración afanosa y cansada de tantos hermanos y hermanas y restituyendo el
poderoso y ligero soplo del Espíritu de vida. Dentro de la realidad tantas
veces cerrada a la esperanza, la comunidad puede ser testimonio de los
horizontes más amplios de la presencia de Dios: con sencillez, mostrando sin
demasiados filtros o barreras una auténtica humanidad, una fraternidad posible
cuando cada una busca el bien de la otra, y juntas el bien común. Ninguna
estructura puede y debe retener el don de la misericordia recibida: «El
mismo Señor nos puso a nosotras como modelo para ejemplo y espejo…» (TestCl 19).
Estáis llamadas, en cuanto
Hermanas Pobres, a vivir un movimiento de “descentración”, para volver a buscar
el centro vital y verdadero, el principio de unidad que las hace coincidir.
«Para entender de verdad la realidad, nos debemos “descolocar”, ver la realidad
desde más puntos de vista diferentes» (Diálogo del Papa Francisco sobre la vida
religiosa, USG. 29.11.2013). Hay un posible y necesario movimiento de
descentración qué hacer, de vosotras mismas y de vuestra propia comunidad. El
mundo no nace y no termina dentro de los confines de los muros del monasterio.
Es fundamental no absolutizar la propia realidad, sino tener la mirada sabia de
quien sabe captar la complejidad. Por ello, el mejor punto de observación se
puede encontrar en la periferia. Ponerse allí, al lado de los más débiles, de
tantos rostros anónimos, ayuda a entender mejor dónde late el corazón del mundo
y qué anhela. Allí, en las existencias más marcadas por los fracasos y
derrotas, podéis dejar caer la buena semilla de una Palabra de vida.
Es una vez más el Maestro
quien nos indica el estilo, tal como lo vemos hacer con la Samaritana. Jesús
se sienta junto al pozo, participa del cansancio y de la sed de la humanidad, y
allí se deja encontrar por la mujer, atendiéndola en el lugar de su cotidiana
fatiga para sacar agua. En el diálogo con ella, poniéndose en escucha de su
sed, Jesús la conduce en un camino de verdad y de libertad hasta hacerla
reconocer la sed más profunda, acompañándola con misericordia: de esa manera,
la mujer puede continuar su camino, convirtiéndose ella misma en “misionera”.
Os pido que, al igual que
Jesús, seáis “accesibles”, prontas para recibir a los que se acerquen a
vosotras. Sed espejo de su misericordia, para que el encuentro con la Verdad pueda liberar. «La
comunidad evangelizadora vive un deseo inagotable de brindar misericordia », se
introduce «en la vida cotidiana de los demás, achica distancias», «se dispone a
acompañar» con paciencia (EG 24), contemplando el sentido religioso de
quien en la vida de cada día lucha por sobrevivir, para «lograr un diálogo como
el que el Señor desarrolló con la samaritana» (EG 72), “de persona a
persona”, aprendiendo “el arte del acompañamiento” (cf. EG 127-129).
Hay otra manera de vivir
el mandato misionero que, creo, puede relacionarse con vuestra misión
específica en la Iglesia,
me refiero a que sois siempre lugar acogedor para nosotros los hermanos y para
muchos misioneros que están expuestos en las primeras líneas de la missio ad
gentes. Ser para ellos un regazo en sus retornos, ser para ellos como una
posada en donde puedan encontrar el aceite para curar cualquier herida recibida
y el vino para refrescarse y renovar las energías en el contacto con Aquel que
es el vino de la alegría: es un bello servicio que vosotras podéis ofrecer. Es posible
sentirse llamado a anunciar el Evangelio con diferentes actividades o gestos,
sin embargo, todos estamos llamados a vivir la caridad con la misma pasión y
premura.
Es posible ejercitar hoy
el mandato misionero a través de los medios de comunicación, utilizándolos con
sabiduría y creatividad, «intentando expresar las verdades de siempre en un
lenguaje que permita advertir su permanente novedad» (EG 41). Esto
requiere una formación para un uso inteligente de los medios de comunicación y
el conocimiento de los lenguajes y las nuevas formas de expresión, para
comunicar la fe, especialmente a los jóvenes.
Por último, el Papa
recuerda que «la Iglesia
«en salida » es una Iglesia con las puertas abiertas» (EG 46).
Que el monasterio no sea
un lugar cerrado y exclusivo, sino una casa abierta que ofrezca a quien está en
búsqueda o que se ha ido por mal camino, a quien desea detenerse o a quien está
de paso, el descanso de una oración compartida y de una liturgia bien cuidada,
el agua viva de la Palabra,
la calidez de un abrazo que comprende, el rostro simple y verdadero de una vida
hermosa y de una fraternidad auténtica. La clausura esté al servicio de una
relación profunda, libre, intensa con el Señor; la sólida pertenencia a él,
contemplado y amado, os lleve a amar con el corazón libre a cada hermano por
quien Él ha dado su vida. No os cerréis en vuestras estructuras: permaneciendo
en la contemplación, estáis llamadas a ser una señal para los hombres y mujeres
de nuestro tiempo, participando en sus vidas, manifestando con alegría y
esperanza, a través de vuestra humanidad, la presencia del Resucitado. Queridas
hermanas, he tratado de recoger junto con vosotras algunas provocaciones a
partir de la invitación del Papa Francisco.
El Espíritu Santo con su
santa operación (cf. RCl X, 9; Rb X, 8) mantenga siempre vuestro
corazón, como el de la Madre
santa Clara, abierto a recibir y listo para partir. Él os conceda el don de
tener una gran humanidad, de «ser personas que saben comprender los problemas
humanos, saben perdonar, saben pedir al Señor por las personas» (Papa
Francisco, encuentro en el Protomonasterio, 4.10.2013). La oración de
intercesión os motive a buscar el bien de los demás y se transforme en una
acción de gracias a Dios por ellos (cf. EG 281-283).
A vuestras oraciones
confío el camino de preparación del ya próximo Capítulo general.
¡Que el Señor nos conceda
vivir en plenitud nuestra vocación de hermanos y hermanas, en la alegría de una
vida que se hace anuncio! ¡Felicidades!
Roma, 15 de julio de 2014
Fiesta de san Buenaventura
Doctor de la Iglesia
Fr. Michael Anthony Perry, ofm
Ministro general